Nuestro cerebro también cartografía las relaciones en el espacio

Neurocientíficos pudieron mostrar que las dimensiones espaciales son un patrón básico del pensar

“El Espacio es una concepción necesaria, a priori, que subyace a toda intuición externa. Uno jamás puede concebir algo que no sea un espacio, aunque uno, ciertamente, pueda pensar que no puedan encontrarse objetos dentro del mismo.”

Cuando Kant escribió esto en su “Crítica de la Razón Pura”, pensaba concretamente en el espacio en su sentido propio. Es una condición dada a priori en toda percepción; todo lo que percibimos y nos imaginamos con los sentidos está en el espacio. Uno de los discípulos de Kant, Oswald Spengler, por un lado modificó a Kant (la concepción del espacio para él es dependiente de la cultura), y por el otro lo amplió en su conceptos: la concepción del espacio de una cultura dada determina todas sus formas de manifestación, de modo que también se traslada a otros ámbitos como la política y la música, que no son espaciales en lo inmediato.

Las metáforas espaciales realmente determinan gran parte de nuestra percepción y pensamiento. Unos sonidos o tonos son más altos o bajos que otros; en el espacio de los colores, hay colores que se encuentran más cerca entre sí o más distanciados; inclusive tratamos de tomar distancia de ciertos sentimientos o decimos que los superamos (que estamos por encima de ellos). ¿Acaso son imágenes verbales que se independizaron?

También en nuestro ámbito, bueno, espacio social estructuramos las cosas mediante representaciones espaciales: alguien nos es cercano o lejano -”Me distancié de Winterkorn», decía titubeante Piëch (N. del T.: ambos políticos alemanes)- y al mismo tiempo no quedaba muy claro, quién estaba por encima de quién. Con lo cual ya se insinúan las dos dimensiones (otro término espacial) a través de las cuales ordenamos nuestras relaciones sociales según muchos teóricos: la cercanía (afiliación) y el poder. De esta forma, cualquiera de nosotros está parado en el punto cero de su propio sistema de coordenadas social y ubica a los otros por un lado por encima o por debajo de sí mismo (coordenada Y: poder) y por el otro como conocido/confiable (eje X: cercanía).

¿Esto es más que una metáfora?

Un estudio reciente de un grupo de trabajo alrededor de Rita Tavares y Daniel Schiller de la Icahn School of Medicine en Mt. Sinai, New York, lo declara como improbable. Los científicos le hicieron jugar un juego de roles de ordenador muy sencillo a 18 sujetos, mientras éstos se encontraban acostados en un tomógrafo de resonancia magnética.

«¡Debe hacer horas extras!» -Juegos de rol y coordenadas de relaciones-

En él, los jugadores acababan de mudarse a una nueva ciudad y conocían a cinco personas -potenciales amigos, jefe, vecina, colegas-, que los confrontaban con diferentes pretensiones, y para las cuales tenían posibles respuestas a elección (Jefe: “¡Debe hacer horas extras!”, a lo cual podían elegir entre las respuestas (A) “Como Ud. quiera, jefe” o (B) “Trabajo duro en este proyecto. ¿Me lo pagan?) La elección de las respuestas modificaba la relación de forma correspondiente, de forma que la trama se iba desarrollando de manera algo diferente.

La idea era que los sujetos del experimento rememorasen la relación que tenían hasta ese momento con la persona correspondiente al momento de la toma de decisión, y en base a ello determinasen cómo querían seguir configurando esa relación. Así, con cada nuevo encuentro, se modificaría la posición adoptada por el personaje dentro del sistema de coordenadas individual de cercanía y poder según una forma predeterminada por los directores del estudio.

Luego es posible describir una posición tal como coordenadas euclidianas (a*cercanía, b*poder), o como coordenadas polares (vector y ángulo [posición social] y largo [distancia social absoluta]). En el segundo caso la cercanía y el poder interactúan, de modo que los cambios relativos de poder tienen una repercusión mucho más fuerte si una persona nos es cercana que si es lejana. Aproximaciones teóricas nos sugieren que una descripción así es acertada -y los científicos alrededor de Schiller realmente pudieron demostrar con cálculos de control que la utilización de coordenadas euclidianas no llevaban a nada. Así que utilizaron las componentes de las coordenadas polares -ángulo y largo del vector- y buscaron las regiones del cerebro cuya actividad se correlacionaba con alguna de ellas durante la toma de decisión.

Encontraron varias, pero de las cuales la mayoría ellas eran atribuibles a las condiciones triviales de la tarea. Entre otras, descartaron todas aquellas correlaciones que surgían mientras los sujetos de prueba se veían confrontados con una nueva pretensión de uno de los personajes -y que por lo tanto solo podían reflejar un proceso de memoria-. Se concentraron en aquellas que tenían que ver con la ubicación social durante la toma de decisión.

Actividad en el hipocampo

Finalmente quedaron dos hallazgos sólidos: El largo del vector de relación se correlacionaba con la actividad en el área posterior del córtex singular. Esta es un área que ya se relaciona hace tiempo con el hecho de obtener una primera impresión sobre una persona y eventualmente modificarla. El ángulo del vector, por el contrario, se correlacionaba con una actividad en el hipocampo. A su vez, esta correlación era más fuerte, cuanto más alta era la competencia social del sujeto de prueba resultante de pruebas de personalidad.

Y esto es sorprendente, dado que el hipocampo es aquella región del cerebro que prepara el mapa cognitivo de nuestro entorno. Por este descubrimiento ya hecho en la década de 1970, John O’Keefe recibió el año pasado el Premio Nobel (junto a los esposos Moser). Fue el primero en observar las células de lugar en el hipocampo, es decir células, cuya actividad representa determinados lugares del entorno de un animal.

Según O’Keefe, quien también desarrolló este hallazgo de forma teórica, la representación espacial de las células de lugar no obstante es alocéntrica, vale decir, independiente del lugar actual en el que se encuentra la rata. Datos más recientes sin embargo, sugieren que una representación egocéntrica del entorno influye tanto en la actividad de las células de lugar como también sobre las células de red descubiertas por Moser.

Los resultados del grupo de trabajo de Schiller nos muestran, pues, que el hipocampo también cartografía los cambios en las posiciones relativas de las personas del entorno de una persona. Y además de forma egocéntrica. En uno de sus experimentos de control, los científicos recalcularon las posiciones de los personajes en puntos de referencia alocéntricos: desaparecía toda correlación con la actividad cerebral. Es decir, que nos posicionamos nosotros mismos en el centro de nuestro sistema de coordenadas social y ubicamos en él a las demás personas, al prójimo, en coordenadas interdependientes, de las cuales la cercanía y el poder son al menos dos de las más importantes.

¿El recuerdo como espacio internalizado?

Hace tiempo que ya se sabe que el hipocampo, con sus células de lugar, no solamente es responsable de la orientación en el espacio, sino también de la fijación de la memoria de largo plazo. Tanto O’Keefe como Moser debatieron la forma en que podrían relacionarse ambas funciones de manera diferente: así como las células de lugar disparan en un orden determinado cuando las ratas transitan por un camino, puede que una sucesión similar de disparos del tipo de “la ola” también sea responsable de unir episodios de memoria que podemos recorrer en nuestra memoria.

Con ello podría explicarse cómo la formación de memoria de largo plazo se basa en un procesamiento espacial. Nuestra memoria sería algo así como un espacio internalizado. Tal vez, las reglas nemotécnicas, en las que determinados contenidos de memoria se asocian a determinados lugares de un entorno imaginado, reflejen de alguna manera esta estructura interna del recuerdo.

El grupo de trabajo neoyorquino pudo mostrar que el hipocampo también pone la representación espacial a disposición del cerebro para muchos otros procesos de pensamiento. También construimos nuestro entorno social de manera espacial. Las dimensiones del espacio, tal parece, son un patrón básico de nuestro pensar.

Traducción del artículo original «Unser Gehirn kartiert auch Beziehungen räumlich» (Konrad Lehmann, 19.07.2015) realizada por Jacques Lacroix y publicado en la SOMSP

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